miércoles, 9 de septiembre de 2009

VISITANDO GUADALUPE

































Conocí a Eduardo de manera fortuita, los avatares de la propia vida te llevan por senderos que nunca pensaste ibas a recorrer.
A finales de julio de este año, me encontraba en Campillo de Llerena, disfrutando de unos días de descanso, decidimos hacer una excursión familiar y acercarnos hasta el Monasterio de Guadalupe.
Todo dispuesto, salimos a temprana hora, empero olvidamos recargar las baterías de las nuevas cámaras digitales, que de tantas fotos posibles a duras penas logras revelar alguna, y vas acumulando en archivos, como si de una estantería de libros de decoración se tratara, que acumulan un polvo lleno de gigas y megabytes, que quedaran en algún disco duro del olvido. Daría para hacer las necesarias.
El viaje resultó cómodo por las actuales vías, acompañó el tiempo, trazamos las últimas curvas que nos harían visible el lugar, que corona la comarca de las Villuercas. Nos acercamos a la oficina de recuerdos donde también expenden los billetes de la visita guiada, y al punto, debimos apresurarnos porque era el último recorrido de la mañana.
Resultó interesante la muestra de códices, pinturas, esculturas, que se esconden en aquellos muros. Era la primera vez que accedí, otras veces y por motivos de alguna boda, me contenté tan sólo con las pinturas de Zurbarán de la sacristía. Había merecido la pena y además llegamos hasta el camarín de la Virgen, que volvió su cara hacia nosotros para saludarnos. Un niño tuvo el honor de girar la peana donde se asentaba y de volverla a los fieles que se encontraban en la iglesia. Volvimos sobre nuestros pasos y recorrimos el claustro para plasmarlo y recordar el momento. En sus paredes se encontraban motivos de la historia y fundación.
La proclamación de Santa María de Guadalupe como Reina de la Hispanidad y la extensión de esta advocación por todos los rincones de la Tierra, viene fundamentada en hechos relevantes: las visitas de agradecimiento de Colón antes y después del descubrimiento de América, desde donde también partían las órdenes de los Reyes Católicos sobre los sucesivos viajes; el primer bautismo realizado a dos indios, criados de Colón, en 1496; la expansión del nombre de Guadalupe por toda América; y, como no, al propio hecho de la Guadalupe mexicana.
La imagen, como tal, es una obra románica de mediados del siglo XII, más popular que artística, tallada en madera de cedro y policromada. Tal vez enterrada medio siglo antes de su hallazgo por cristianos mozárabes huidos de las contiendas almohades. La imagen original de 64 cm. De alto, representa a Santa María como una reina, fiel a la tradición cisterciense, con el Niño en el regazo. Como obra románica, es desproporcionada y frontal, que le da un aspecto frío, sobre todo a la relación Madre e hijo, que se humanizaría con las representaciones góticas posteriores.
Cuenta la leyenda otra historia paralela que os vengo a contar, que no está en mí omitir lo que leí, sino exponeros las distintas historias, curiosas, que se cuentan sobre la Virgen de Guadalupe. Según una de ellas, fue el mismo evangelista San Lucas el autor de la talla, y tras su muerte la imagen fue enterrada con él. Posteriormente se dio traslado al cuerpo del evangelista y a su obra a Constantinopla en el siglo IV. El papa San Gregorio Magno llevó la imagen a Roma en el año 582, siendo aún cardenal, y presidió su oratorio, siendo entonces cuando sacada en procesión por la Ciudad Eterna, la liberó de la epidemia de peste.
Gregorio Magno envió a San Leandro, arzobispo de Sevilla, por medio de su hermano San Isidoro, la imagen como obsequio, siendo venerada en Sevilla hasta el año 714 en que unos clérigos se la llevaron para protegerla de caer en manos de los musulmanes.
De esta forma se enterró la imagen en las Villuercas, cerca del río Guadalupe (“río oculto”, en árabe). Cuenta la leyenda que no se encontró hasta seis siglos más tarde, a finales del XIII o principios del XIV, y lo hizo el pastor cacereño Gil Cordero. Se erigió allí una ermita y la imagen se bautizó con el nombre de Guadalupe.
Tras pasear por el claustro, y empaparnos de su historia, qué mejor idea que degustar los platos del refectorio de la Hospedería del Real Monasterio de Guadalupe. La comida abundante, y el personal de restauración muy amable, sobre todo con los crios que los llenaron de caramelos de los frailes. Luego en una sala de televisión, de una de las estancias, pude echar una cabezadita, para aplacar los rigores de la digestión y de la “caló”, a esas horas donde la siesta es un derecho, que debería ser recogido por el fondo de garantías, que contemple no sólo el dinero, sino la salud, que “enteniéndola” lo demás sobra.
Recorrimos las calles del pueblo, la calle Sevilla y su arco, la fuente de los tres caños, entramos en la multitud de tiendas de recuerdos y nos llevamos “pa la buchaca” tres kilos de morcilla de berza, auténtica guadalupana, de “Cá Marce”, en la misma plaza del Monasterio. Para hervirlas, vienen frescas, ponerlas en una cacerola con agua del grifo, que las cubra, cortar previamente las puntas, no pinchar la morcilla que entonces revienta, y ponerla a calentar. Cuando rompe a hervir dejarla doce minutos de reloj y luego servir. Tener a mano bebida fresca, recomendación para los que rehúyen del pique.
Se ponía el sol y era prudente el regreso, pero volví a entrar antes en el Monasterio y regalarme una réplica de la Virgen de Las Villuercas, patrona de Extremadura, reina de la Hispanidad y Madre Universal, que tengo en sitio principal en mi casa.
A ella le gustó aquella iglesia para casarnos, yo no le veía nada especial. Reservamos el día, 3 de septiembre, estaba libre, miré el calendario, soy de los de mirar fechas, San Gregorio Magno, el papa que regaló la Virgen de Guadalupe a San Leandro. Me pareció entonces que la elección no había sido errada.
La Iglesia conventual de San Buenaventura se encuentra en el centro histórico de Sevilla y es lo que resta del antiguo convento de Franciscanos que se extendía hasta las espaldas del hoy ayuntamiento de Sevilla, plaza de san Francisco. Nos atendió el sacristán, Eduardo, un hombre alto, de pocas palabras, me parecieron entonces, anotó la reserva y me dio una nota donde se especificaba todo lo referente al papeleo y normas de la celebración. A los pocos días regresé con la lista tachada y los papeles en regla, pero reparé en un detalle que me pasó por alto a primera vez, al lado izquierdo del altar mayor, barroco y una auténtica joya, se encontraba una capilla con una imagen de una virgen morenita y pequeña, me aproximé, y no daba crédito, era la Virgen de Guadalupe, o su hermana gemela.
Eduardo me explicó que efectivamente no estaba confundido. En un principio se hizo cargo del Monasterio de Guadalupe la orden Jerónima, pero con la desamortización y a finales del siglo XIX, principios del XX, fueron los Franciscanos los regentes del Real sitio y de la custodia y cuidado de la insigne talla de María. También esta orden, con la disminución notable de sus dominios geográficos, continuaba en Sevilla en San Buenaventura.
Me hablo de la existencia de la Hermandad de Santa María de Guadalupe en Sevilla, de la que el era miembro de la junta directiva, no dudé un momento cuando me extendió los documentos de la inscripción. Eduardo había nacido en Segura de León, extremeño de nacimiento, de vocación y de convicción. Por su labor y trabajo había recibió la más alta condecoración que otorga la Iglesia Católica a un seglar: Pro Eclessia et Pontifice.
Nuestra Señora de Guadalupe, de Sevilla, fue realizada en 1960 por el escultor Juan Abascal Fuentes. Es una réplica exacta de la Patrona de Extremadura. La copia de la figura original es completa. En 1994 salió en procesión por primera vez por las calles de Sevilla. En 1992 salió al monasterio de Nuestra Señora de los Milagros en Palos de la Frontera para la exposición “Los Franciscanos y el Nuevo Mundo”, para conmemorar el V centenario del Descubrimiento de América.
Aquella persona que me pareció en un principio displicente, se me apareció ahora cercana. Aquella iglesia de Sevilla anónima, ignorada, se me tornó comprensible, entendida, próxima y explicada. Miró entre libros que guardaba en un cajón de la sacristía y me alargó la mano: toma, es el único que me queda pero te lo regalo. Es una publicación de la Asociación Sociocultural para el Desarrollo de Rianxo “A Moreniña”, con motivo de los ciento cincuenta años de tradición de las “Festas de Guadalupe de Rianxo”.
Después de nuestra excursión a Guadalupe reposamos algunos días más en Campillo. Cuando vuelvo a mi tierra el tiempo parece detenerse, los días vuelven a ser meses y los meses años, eran los veranos de mi niñez, veranos inagotables, de chapuzón en cualquier alberca, de carreras y juegos por el pueblo, de oír una y otra vez en la radio que Eddy Merck había vuelto a ganar el Tour de Francia y que nos parecía todo un alarde de furia española cuando Fuentes ganó el premio de la Montaña. Pero el descanso del guerrero es sólo eso descanso, provisionalidad, y el tiempo estaba cumplido, debería volver allá donde el tiempo se consume como una cerilla y donde los lustros tienen más caída que el Ibex y el Dow Jones juntos.
Regresé al trabajo y al comienzo de un nuevo curso con propósitos renovados de orden en mis cosas. Aproveché el primer fin de semana para emplearme a fondo y tirar todos aquellos apuntes, revistas, recortes de periódicos y publicaciones que se amontonaban por el salón, y la habitación, sin utilidad alguna, una especie de síndrome de Diógenes que tenemos los lectores de guardar todo lo impreso.
Iba acumulando bolsas repletas de papeles y folletos, hasta que de nuevo tuve en mis manos la publicación “Festas da Guadalupe de Rianxo (1854-2004), 150 anos de tradición”, intenté reducirla con mis manos pero el grosor me impidió este primer intento de hacerla añicos, así que me puse a hojear la revista.
Rianxo se encuentra en la margen norte de la ria de Arousa. Es la frontera natural entre las provincias de A Coruña y Pontevedra. La devoción a la Morenita de las Villuercas extremeña se remonta al menos sobre el siglo XV, cuando Guadalupe era un nombre extendido por toda Europa y la devoción a esta Virgen prodigiosa irradia los más apartados rincones de la Tierra. La Virgen de Guadalupe de Rianxo es creada en 1773, siendo su autor un monje del monasterio de Padres Jerónimos de Guadalupe, Fray Xosé de Santiago, natural de Rianxo. En el propio monasterio de Guadalupe se encuentra el acta de defunción, que reza así: “El 16 de octubre de 1806 se enterró en esta sepultura el cuerpo del P. Fr. Joseph de Santiago, Gallego de edad de 78 años y de Avito 34 años. Tomó el Avito por la Voz, púes no la avido tan gruesa. Requiescat in pace”.
Pero más curioso me resultó comprobar el origen de la famosa canción A Rianxeira: “Ondiñas veñen, ondiñas veñen, ondiñas veñen e van…” Se llamó al principio “Ondiñas da nosa ría” y se compuso en 1947 por dos rianxeiros, Ángel Romero y Jesús Frieiro, emigrados en Argentina. Se cantó por primera vez durante una comida con motivo de la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe. La letra original es la siguiente:


“Ondiñas da Nosa Ría”



Moito me gustas, Rianxeira,
Que estás aquí na Arxentina,
Heiche cantar e bailar
Como alá na terra miña.


(estribillo) Ondiñas veñen, ondiñas veñen,
Ondiñas veñen e van,
Non te embarques, rianxeira,
Que te vas a marear
¡Que guapa estabas, rapaza,
Cando che vin na ribeira!
Tiña la cara morena
Como a Virxe rianxeira.
A Virxe de Guadalupe
Vai no iate de Baltar,
Lévana os rianxeiros
A remolque polo mar




Pero que la actual Rianxeira sea distinta a la actual lo tuvo el hecho de que el gran maestro rianxeiro, Manuel Vicente Figueira, el Maestro “Chapí”, efectuó una grabación sólo instrumental de la pieza que oyó el maestro del Río y grabó una versión de la canción con una nueva letra, que adquirió mayor difusión. La verdad, según he leído, que Chapí pilló un mosqueo de narices porque consideró una traición al espíritu que los compositores quisieron darle a la pieza, evocando la morriña que a los rianxeiros en la diáspora les producía la lejanía de su tierra. Este cambio pudo ser también el que provocó que la canción pasase a llamarse “A Rianxeira” en vez de “Ondiñas da nosa ría”.



“A Rianxeira”


A Virxe de Guadalupe,
Cando veu para Rianxo,
O barquiño que a trouxo
Era de pao de laranxo.



(estribillo) Ondiñas veñen, ondiñas veñen,
Ondiñas veñen e van,
Non te embarques, rianxeira,
Que te vas a marear.


A Virxe de Guadalupe
Cando vai pola ribeira
Descalcita pola area
Parece unha rianxeira.

A Virxe de Guadalupe,
¿quen a puxo moreniña?
Foi a raiña de sol
Que entrou pola ventaniña.


Así, la revista que me regaló Eduardo y que a punto estuve de tirar a la basura, sino fuera por mi falta de fuerzas o por su excesivo grosor, que todo hay que decirlo, se convirtió, sin habérmelo propuesto, en respuesta, a mis interrogantes previos al verano sobre lo que era ser extremeño, y al menosprecio que nos hicieron dos nacionalistas que se dicen ser catalanes, que nunca conocí un buen catalán que fuera mal educado.
Imágenes de la Virgen de Guadalupe existen en todas las partes del mundo, la propia del Monasterio de Guadalupe, la de México, la de Rianxo, Boiro, Braga, Hondarribia, Horcajo de los Montes, Guadalupe (Murcia), Ourol, Ambosores, Bravos, Xerdiz, Pobra do Caramiñal, Silleda, Requejo en la zamorana tierras de Sanabria, Riba de Ancora, Ribas do Miño, Sancovade, Santiago de Compostela, Sevilla, Treos, Vilamor, Xesta,…..Constantinopla, Roma.
Así Guadalupe, Extremadura, no está limitada geográficamente, Guadalupe, Extremadura, son algo más que Cáceres y Badajoz, también está la Guadalupe, Extremadura, de la emigración en Alemania, o tierras adentro, en la Extremadura de Zaragoza, la Extremadura de Sant Boi de Llobregat; la Guadalupe, Extremadura, que no tiene tampoco limitación temporal, la de Pizarro, la de Cortés, la de Viriato, la de Pedro de Alvarado, la romana, la actual; la Guadalupe, Extremadura, del buen vino y buen condumio, de la tierra de barros, del queso de La Serena, de las cerezas del Jerte, del pimentón de La Vera, del jamón de bellota; la Extremadura monumental de Cáceres, de Mérida, de Trujillo; la Extremadura de leyenda, de carpantas y Serranas de la Vera; la de pintores, poetas, de Zurbarán, de Chamizo, de Lencero, de Espronceda.
Extremadura no es nacional, ni nacionalista, porque es más grande que eso. Extremadura no odia lo que no comprende sino asiente. Extremadura entiende, Extremadura espera la espera, pero si tiene que responder, responde.
¿Duda alguien de que se nace al azar? ¿Tiene sentido hablar para no entenderse? El virus del nacionalismo se extiende, y lo malo es que a veces es la única enfermedad inoculada por los propios padres, donde todo es motivo de distorsión en vez de concordia, donde el lenguaje es arma y no entendimiento, donde la reunión es afrenta en vez de divertimento, donde el hombre y la mujer son juzgados por lo externo y lo superfluo, donde reina la casta, de segregación, de podredumbre, de estratos, de muros, en vez de la casta de castúo, de nobleza, de principios, de entrega sin reservas, de bondad.
Abrió el mes de septiembre y me llegó una carta de la Hermandad de Santa María de Guadalupe en Sevilla anunciando la salida procesional por las calles el día 8 de septiembre, día de Extremadura, día de Guadalupe, desde la Iglesia conventual de San Buenaventura. No faltamos a la cita, y mi hija, que apenas tenía cumplidas dos semanas de vida, tampoco. Comenzaba a extremeñear, a salir de las barreras, a confraternizar con la gente.


Recuerdo aquellos versos de Luis Chamizo, de título La Sementera, que hoy dedico a mi tierra, Guadalupe, Extremadura:


“Cacho e tierra que tienes entrañas
que moldean la entraña del pueblo:

Dios te salve de grama y cenizo,
Dios te salve de la ira del trueno.
Dios te salve del hombre sin nombre
que trunca, cobarde y brutal, tus empreños;
Dios te salve de hechizo de bruja.
Dios te salve del ala del cuervo,
que trueca en negrillo la espiga que toca.
¡Dios te salve y te dé buen tempero!”

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